Medir con herramientas cuantitativas y cualitativas el impacto en nuestros beneficiarios directos (alumnos) e indirectos (familias) ha sido un desafío, principalmente porque lo que buscamos medir es el desarrollo de valores como el fair play, la autosuperación, el trabajo en equipo entre muchos otros.
A lo largo de los 13 años de existencia del programa, nos hemos dado cuenta que el impacto es mayor de lo medible. Hemos sido testigos de que muchas veces las enseñanzas se demoran años en “hacerse carne”, hay cambios que son lentos de realizarse como sería el cambiar conductas interiorizadas y medir que estamos en ese proceso es difícil. Por el contrario, hay cambios que están gestándose dentro de uno y que por mucho tiempo pueden parecer invisibles, pero que de a poco se empiezan a reflejar en la forma de relacionarnos con los demás, de comunicarnos, en las decisiones que vamos tomando.
Poder medir de forma rápida y certera otros cambios que son más evidentes como la frecuencia de la actividad física, el IMC entre otros, nos alegra y nos motiva.
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